Expiación



Levanté la mano gastando el último suspiro.
Mi nada yacía suspendida del techo
susurrando un leve chasquido.
La luz se ocultaba sigilosa detrás de la bombilla
desafiando las húmedas gravedades.
Arrastrando consigo mi alma
jugaba una lágrima,
desvaneciéndose juntas
en el lejano horizonte de una mejilla.
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No hubo tiempo para voces.
No hubo sed ni hubo gargantas.
No se rasgaron los templos.

Ni hubo panes,
ni hubo peces.

© Beatriz Morín